En 1958, el Cajón del Maipo vivió una serie de terremotos que sacudieron la tranquilidad de las montañas, con 3 sismos, que ocurrieron el 4 de septiembre, de magnitudes en torno a 6.7. Este evento, conocido como el terremoto de Las Melosas, dejó un legado que aún hoy despierta curiosidad. Han pasado 66 años, pero las preguntas sobre la actividad sísmica en la cordillera persisten. Hoy, gracias a los avances tecnológicos, podemos aprender del pasado para prepararnos para el futuro, usando herramientas que desde el espacio nos brindan una visión inédita del comportamiento de la Tierra.
Una de estas herramientas es el radar de apertura sintética (InSAR), una tecnología que, mediante satélites, detecta pequeños cambios en la superficie terrestre. Imaginemos que un satélite emite ondas hacia la Tierra y capta el eco de esas ondas al rebotar en el suelo. Con mediciones repetidas en el tiempo, podemos detectar deformaciones mínimas en la corteza terrestre.
Este método ha revolucionado el estudio de los terremotos. Hoy, podemos analizar zonas remotas o de difícil acceso, así como áreas pobladas, que son de gran interés. Esto no solo durante o después de un terremoto, sino continuamente. Esta ventaja invaluable permite identificar zonas de riesgo antes de un evento destructivo. En el caso del terremoto de Las Melosas en el Cajón del Maipo, las tecnologías satelitales actuales nos habrían permitido entender mejor el comportamiento de las fallas corticales superficiales en la cordillera, responsables de eventos sísmicos localizados como el de 1958. Estas fallas, aunque menos conocidas que las grandes fallas en la costa, son igualmente peligrosas y representan una amenaza significativa para las comunidades cercanas.
Además de los terremotos, las imágenes satelitales ayudan a monitorear otros fenómenos en esta región montañosa, como deslizamientos de tierra, cambios en los glaciares e incluso la actividad volcánica. El Cajón del Maipo, con su geografía accidentada y relevancia tanto turística como económica, se beneficia enormemente de esta vigilancia constante desde el espacio.
En este contexto, el Sistema Nacional Satelital (SNSat), implementado por la Fuerza Aérea de Chile, representa una oportunidad importante para desarrollar la capacidad de monitorear el territorio desde el espacio. Sin embargo, para maximizar los beneficios, es fundamental fortalecer la colaboración entre los sectores público, académico y privado. Las universidades, como la Universidad de Chile, ya cuentan con capacidades en tecnología satelital y capital humano especializado, lo que podría complementar y acelerar el desarrollo en estas áreas. Un esfuerzo conjunto permitiría no solo consolidar las capacidades satelitales del país, sino también promover avances científicos y tecnológicos que beneficiarían sectores como la agricultura, minería y gestión de desastres, entre otros. Esta cooperación sería clave para que Chile alcance un mejor nivel tecnológico, buscando equipararse a otros países de la región, como Argentina y Brasil, que han avanzado considerablemente en esta área.
En definitiva, el auge del monitoreo satelital llegó a Chile para quedarse, y no debemos desaprovechar la oportunidad para que el país siga desarrollando su capacidad de monitoreo de riesgos geológicos y otros fenómenos naturales. La clave está en unir esfuerzos y recursos, asegurando que las instituciones puedan enfrentar de manera efectiva y oportuna los desafíos que se avecinan, especialmente en materia de reducción de riesgo de desastres.