Hace 374 años, la ciudad de Santiago vivió uno de los terremotos más devastadores de su historia. De las muchas descripciones, explicaciones e interpretaciones que pueden hacerse, hay dos miradas que nos interesa compartir del evento. La primera, desde la historia y su impacto en la identidad de la ciudad. La segunda, desde la sismología y las controversias científicas que podrían incidir en el concepto de amenaza sísmica para la capital.
Era la noche del lunes 13 de mayo de 1647. Seguramente una noche fría y oscura, en la que los y las santiaguinas descansaban en sus casas, a la luz de algunas velas. A las 22.30 horas, comenzó el “Terremoto Magno” que sacudió la ciudad, sembrando el pánico, la destrucción y la muerte de entre un 15 y un 25 por ciento de la población de Santiago.
¿Cuál fue la duración del terremoto? No hay certeza de aquello, pero se dice que fue “el tiempo que demora una persona en rezar entre tres o cuatro Credos”.
Los relatos mencionan un escenario desolador. Enormes bloques de roca del cerro Santa Lucía se desprendieron y rodaron, se hicieron grietas en el suelo de la ciudad y emergieron aguas y malos olores a azufre.
En la carta de la Real Audiencia de Chile sobre el terremoto del 13 de mayo de 1647, ésta da cuenta de la destrucción de edificios, incluida la Catedral, y de la cantidad de heridos y muertos.
“Solo asistimos a enterrar muertos, a entretener la hambre, a controlar
los afligidos, a parecer con ánimo, a no desmayar la gente y que se
desentierren los que están debajo de las ruinas”.
– Cabildo de Santiago, 15 de mayo de 1647
La reconstrucción fue un proceso difícil, marcado por la pobreza y las enfermedades. Incluso, en varias ocasiones, se solicitó al rey que eximiera a la ciudad de Santiago del pago de impuestos. Aunque la respuesta demoró, finalmente se perdonó el pago de tributos a la Capitanía General de Chile, por un período de seis años.
Desde la identidad y la historia
A partir del terremoto, surgieron muchos testimonios acerca de los «milagros». El más conocido es el del Señor de Mayo, una efigie de Cristo en la Iglesia de San Agustín que sobrevivió intacto al terremoto, salvo por la corona de espinas que, de manera inexplicable, quedó alrededor de su cuello.
Este episodio se asocia a un personaje enigmático de la historia de Chile: la Quintrala.
El sociólogo fundador de Cultura Mapocho, Luciano Ojeda, cuenta que “en ese entonces, Catalina de los Ríos y Lisperguer ya había superado las 40 primaveras y era un personaje de temer: mujer e independiente, mala mezcla para la época según la creencia popular. Poco antes del terremoto, ella había botado a la calle la imagen que ahora se conoce como el Cristo de Mayo porque la miraba raro. Claro, también se dice que antes de desecharlo, lo azotó, como solía hacer con los hombres que la incomodaban”.
Según Ojeda, la historia oficial dice que ese Cristo es la primera figura religiosa policromada hecha en Chile por autor conocido, fray Pedro de Figueroa, un agustino llegado a estas tierras desde el Virreinato del Perú. Este sacerdote, al percatarse que en nuestro país había pocas imágenes religiosas, decidió confeccionar su versión del Cristo de la Agonía. Cuando la obra estuvo lista, la entregó a la Iglesia de Nuestra Señora de Gracia (hoy San Agustín), donde fue instalada aproximadamente en 1614. Allí permanece desde que el Terremoto Magno echara por tierra casi todo Santiago”.
Los cronistas de la época, añade Luciano Ojeda, relatan que, durante el terremoto, el muro donde se apoyaba la imagen no se cayó y la corona de espinas del Cristo bajó desde su frente hasta su cuello, algo físicamente imposible si se tiene en cuenta la solidez de los materiales en que fue confeccionado.
El sociólogo explica que “en medio del devastador panorama y ante la necesidad de contar con una figura adorable frente a la cual la ciudadanía pudiera rogar por el perdón de sus pecados, el obispo de Santiago, Gaspar de Villarroel, sacó esa misma noche al Cristo en romería entre la iglesia y la Plaza de Armas”.
Así nació la tradicional procesión del Cristo de Mayo que, hasta antes de la pandemia COVID, se repetía cada 13 de mayo para recordar un episodio que revela la identidad de una ciudad -y de un país- que se construye, se destruye y se vuelve a construir a partir de sus terremotos.
Desde la sismología
El terremoto de 1647, desde hace unos años, es objeto de una importante controversia científica que busca dilucidar a qué tipo de terremoto (mecanismo) corresponde, cuál fue su magnitud, su localización epicentral y su profundidad focal.
El sismólogo Jaime Campos, director del Programa Riesgo Sísmico (PRS), explica que “los grandes terremotos chilenos de M>8.5 con epicentro costero y con tsunamis locales, también producen inundaciones o tsunamis importantes en las costas del Océano Pacífico, en particular en Perú y hasta Japón. Así ocurrió para los grandes terremotos de Chile Central del 8 de julio de 1730 y del de 22 de mayo de 1960 de Valdivia”.
No obstante, añade Campos, “el terremoto que devastó Santiago el 13 de mayo de 1647, no presenta antecedentes de inundaciones o marejadas a lo largo de la costa del Perú y tampoco en Japón. Este país asiático mantiene uno de los mejores registros históricos de inundaciones por tsunami ocasionados por terremotos locales o producido en zonas lejanas a su territorio. Los tsunamis generados por megaterremotos ocurridos en la zona costera occidental de América del Sur, se propagan sin dificultad por todo el océano Pacífico e impactan las costas de Asia y en especial de Japón. La ausencia registros de tsunami para el gran terremoto de 1647, por lo tanto, es un indicio fuerte que este terremoto no tuvo su epicentro en la costa de Chile central”.
Jaime Campos indica que la hipótesis anterior cobra aún más fuerza puesto que no existen reportes de un tsunami local devastador en Valparaíso, así como tampoco daños mayores que los acontecidos en Santiago. Pese a la inexistencia de registros instrumentales de aquella época, el análisis de antecedentes descritos por un importante corpus de cartas y documentos oficiales de la época, la gran mayoría en los Archivos de Sevilla en España, nos permite confirmar que el foco de este gran terremoto no se habría localizado en la zona costera de Chile central.
Y, entonces, ¿dónde estuvo el epicentro de este terremoto que destruyó casi por completo Santiago?
El terremoto de Nuestro Señor de Mayo, habría tenido un epicentro más bien al interior del continente. Si esta conclusión es correcta, entonces el peligro sísmico para la zona central de Chile, basado en una supuesta recurrencia sísmica de aproximadamente 85 años y calculado a partir del catálogo de grandes terremotos históricos en Chile central con epicentro costero, simplemente dejaría de ser válido. El devastador terremoto de 1647, pieza clave de dicha estadística, dejaría de ser parte de esta fatídica secuencia.
El concepto de amenaza sísmica en las regiones IV, V, VI y RM, que se popularizó entre los especialistas después del terremoto del 3 de marzo de 1985 en Valparaíso, estaría entonces en el foco de una nueva controversia científica, de modo que debe ser revisada con máxima prioridad pues tiene implicancias directas en el riesgo sísmico de una de las regiones más pobladas del país. .
Para el profesor Campos, lo anterior abre “preguntas que son críticas y que cobran mayor relevancia luego que el año 2002 apareciera un nuevo antecedente desde la ciencia”. Se trata de los resultados de la memoria de título del Geólogo Rodrigo Rauld de la Universidad de Chile, quien puso en evidencia la existencia de una falla geológica activa que se manifiesta todo a lo largo del borde cordillerano de Santiago. Campos señala que “Rauld basándose en una importante cantidad de observaciones de terreno y utilizando las modernas tecnologías satelitales que emergían en ese momento (SPOT, Landsat, MNT), logró demostrar que la morfología del paisaje, asociado al borde cordillerano de Santiago, era definitivamente controlado por una falla tectónicamente activa, esto es, una falla que ha generado terremotos en el pasado reciente. Es decir, durante los últimos 8 mil años”. “Estas conclusiones fueron confirmadas posteriormente a través de nuevos estudios llevados a cabo por diversos expertos sobre la Falla San Ramón, y se ha establecido que ésta no sólo es geológicamente activa, sino que además es sísmicamente activa, o sea, capaz de producir un sismo mayor. Estos nuevos hallazgos, junto con la controversia científica sobre la localización del terremoto de “Nuestro Señor de Mayo”, son los elementos sueltos que quedan por comprender y que la comunidad toda debe abordar en la tarea de una nueva caracterización de la amenaza sísmica para la capital”, concluye el director del PRS .