Este es sin dudas un año especial en Chile si pensamos en nuestros patrimonios y nuestros desastres pasados. Estamos a una década del megaterremoto del Maule del 27F y a seis décadas del megaterremoto de Valdivia, el de mayor magnitud registrado en la historia de la humanidad, ocurrido el 22 de mayo de 1960. En las últimas semanas, se han rescatado testimonios y archivos de este evento. Nos hemos vuelto a sorprender viendo imágenes y escuchando relatos extraordinarios de quienes vivieron este acontecimiento. Aprendimos, por ejemplo, que este terremoto generó un devastador tsunami que arrasó con los Moai del centro ceremonial de Ahu Tongariki en Rapa Nui. Quienes ya hemos vivido mega-terremotos o tsunamis hemos quizás reconocido experiencias, emociones y aprendizajes que nos han tocado también vivir. Las generaciones más jóvenes que aún no experimentan eventos de tal magnitud quizás habrán escuchado estos relatos como ecos de otras historias que se han traspasado de generación en generación, leyendas y mitos, anécdotas, miedos o reflejos colectivos que adoptamos cuando tiembla la Tierra.
Los desastres han marcado y marcan espacialmente nuestras ciudades, no solamente por el efecto de la destrucción física (de casas, edificios o barrios), sino que como una des/re/construcción constantemente en juego, a través de las experiencias, a veces dolorosas o traumáticas, y las memorias de estas experiencias que se reproducen hasta hoy. Las ciudades del contexto Andino pueden a cada momento ser desestabilizadas por un terremoto y están llenas de recuerdos de sus terremotos pasados.
Hace un año, para el día del patrimonio cultural, desde el Programa Riesgo Sísmico de la Universidad de Chile proponíamos que cada une recorra las calles y espacios del centro de Santiago buscando huellas de los desastres en la ciudad. Partiendo del Parque O’Higgins, desde el edificio de la ONEMI, pasando por la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas donde se encuentra el actual Centro Sismológico Nacional, proponíamos deambular buscando trazas en los espacios urbanos que nos recuerden que habitamos un territorio marcado por fenómenos geofísicos intensos. Estos fenómenos, como terremotos, aluviones y erupciones volcánicas, vienen a perturbar indeleblemente nuestras vidas, irrumpen nuestros cotidianos, pero también nos vinculan de una forma particular con nuestros entornos, una forma que es colectiva y que buscábamos dilucidar caminando por la ciudad.
Invitábamos a mirar, por ejemplo, la Iglesia San Francisco y a preguntarnos si en sus cimientos yacen mecanismos prehispánicos de disipación sísmica como lo ha investigado la arquitecta Natalia Jorquera. Entrar a la iglesia San Agustín, contemplar la figura del Cristo de Mayo e imaginar el terremoto del 13 de mayo de 1647 cuyo efecto devastador para Santiago llevó inclusive a cuestionar que se trasladara toda la ciudad a otra ubicación (¡como sucedió por ejemplo con la ciudad de Concepción!). Llegar a la Plaza Vicuña Mackenna y darnos cuenta que desde 1607 se buscó poner la ciudad bajo una protección celestial ante terremotos, la de San Saturnino. Subir las pendientes del cerro Santa Lucía y maravillarnos con las cavernas donde se instalaron los primeros instrumentos sismológicos de Chile, y donde el 1ero de mayo de 1908 se fundó el ancestro de nuestro Centro Sismológico Nacional, llamado Observatorio Sismológico de Santiago, propuesta del rector de la Universidad de Chile, Valentín Letelier, al gobierno del presidente Pedro Montt.
Hace un año, proponíamos ser detectives intertemporales para reconocer otros indicios de eventos geofísicos inmensos en nuestras ciudades. Hoy, por otro fenómeno socionatural catastrófico -la pandemia del Covid-19-, no podremos recorrer físicamente las calles buscando estos misterios urbanos que nos indican lo riesgoso de nuestro territorio y buscamos entonces otras formas de experimentación urbana.
Podemos por ejemplo recorrer nuestra ciudad virtualmente, dejando nuestra imaginación deambular por las ruinas y escombros gracias al recorrido por sitios abandonados de la antropóloga Francisca Márquez. “Monumental y bella, la Basílica del Salvador nos habla de la fuerza de los terremotos que remecen nuestro suelo y de la persistencia de la memoria para sostener su sagrada magnificencia”, nos cuenta.
También podemos aventurarnos a buscar las marcas de los terremotos en nuestros patrimonios inmateriales y dejarnos sorprender por las interrogantes que pueden surgir. Preguntarnos, por ejemplo, si nuestro humor es una estrategia para habitar este territorio percibido como infausto. Buscar las referencias a lo sísmico en nuestra cultura popular – ¿y cómo no empezar con el arrasador trago Terremoto y su doble, la Réplica ? Y por supuesto releer y disfrutar una crónica terremoteada de Pedro Lemebel.
Juliette Marin
Investigadora Programa Riesgo Sísmico
Universidad de Chile