Este jueves el Programa Riesgo Sísmico de la Universidad de Chile reunirá a destacados representantes de la sismología y las ciencias de la tierra en México, Colombia y Chile en el coloquio internacional “Datos y Desastres: 40 años de aprendizajes y desafíos en la gestión del riesgo”. Gerardo Suárez, profesor del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es uno de los participantes. Conversamos con él sobre los terremotos de 1985, las similitudes del contexto chileno y mexicano, y cómo los desastres socionaturales impactan en la historia de un país.
Al igual que un sismo, hay vivencias que no se pueden predecir. Esto le ocurrió al sismólogo Gerardo Suárez en 1985, cuando tuvo que estudiar en terreno los dos terremotos más devastadores de ese año en Latinoamérica. El Mw 8.0 de Valparaíso y el Mw 8.1 que azotó la Ciudad de México.
La historia comenzó cuando fue reclutado por el ex director del Centro Sismológico Nacional, Lautaro Ponce, chileno que por entonces vivía en México, para registrar las réplicas del terremoto del 3 de marzo en Chile. El gran número de viviendas colapsadas y la apremiante necesidad de mejorar los sistemas de monitoreo e instrumentación sísmica, marcaron su visita.
Seis meses más tarde, ya en México, no alcanzaba a estudiar lo que ocurrió en Chile cuando embistió el siguiente desastre. El 19 de septiembre, un poco después de las 7:00 de la mañana, tendría lugar un terremoto que dejó seis mil fallecidos y más de 150 mil damnificados.
¿Cómo vivió el terremoto de México de 1985?
Recuerdo que esa mañana teníamos que ir con Lautaro Ponce a una reunión importante sobre el licenciamiento de la primera planta nuclear en México, donde nos correspondía ver la parte sísmica y volcánica. A mí me atascó el sismo arreglándome para salir. En el camino no veíamos nada y en el radio no había prácticamente estaciones, pero llegamos finalmente a la reunión en una parte de la Ciudad de México que no fue dañada.
Estando allá trajeron una televisión. Empezaron a salir las imágenes de un periodista que estaba con una cámara y las escenas eran tremendas. Fue realmente un shock para todos.
Vimos que se cayó la central telefónica que concentraba todas las comunicaciones. Estuvimos como 12 días incomunicados con el exterior. No había larga distancia, no había telex y los teléfonos dentro de la ciudad no funcionaban tampoco. Todos nuestros instrumentos que llegaban por líneas telefónicas, que eran muy pocos, no los teníamos. No podíamos medir la magnitud o la localización. Después con unos sismogramas más antiguos que nos trajeron, mecánicos, supimos de dónde venía el terremoto y adivinamos una magnitud. Era una situación realmente precaria, por eso urgía estar en terreno, así que salí con un grupo de estudiantes con aparatos portátiles para registrar las réplicas.
¿Cómo cree que este desastre ha configurado la historia del pueblo mexicano?
Es claro que el temblor de 1985 fue un parteaguas en muchos sentidos. Desde el punto de vista científico y de ingeniería, no se tenía muy claro que un sismo de esta magnitud en la costa, a casi a 350 kilómetros de distancia, pudiese provocar daños como los que causó en la Ciudad de México. Pero también desde el punto de vista social y político, marcó el inicio de una conciencia mucho mayor en la gente, por los peligros que implican los sismos y otros fenómenos naturales.
Hubo un cambio radical ante esta tragedia totalmente inesperada, para la cual los cuerpos de auxilio y de protección civil no estaban preparados. La población se lanzó de manera espontánea a organizarse en grupos, a rescatar gente entre los escombros, a proveer de alimentos o ropa a los que habían perdido todo y también a los que estaban en las actividades de rescate.
El temblor es recordado por muchísima gente como un evento realmente trágico, donde vimos partes de la ciudad totalmente destruidas, como si hubieran sido bombardeadas. Fue un evento que, por su impacto, realmente estremeció a la sociedad mexicana, en todos los sentidos.
Además, ha sucedido algo en México que es muy peculiar y que nos ha traído muchísimas preguntas y muchos dolores de cabeza. Y es que los 19 de septiembre, en tres ocasiones, se han producido temblores importantes (1985, 2017 y 2022).
Por todo eso, ese día tenemos que afrontar siempre las mismas preguntas. ¿Y va a haber otro temblor?
¿Cuál fue el rol del Estado en la reconstrucción e inversión para la infraestructura?
Creo que el Estado finalmente respondió, porque al principio estaba en un marasmo. Se establecieron programas, sobre todo de vivienda. El gobierno federal empezó a invertir en infraestructura sismológica, en más instrumentos. Nos apoyó muchísimo en esos primeros años subsecuentes, y empezó a generar una serie de acciones para mitigar estos desastres, por ejemplo, la alerta sísmica.
Además, se fortalecieron algunos centros de investigación, cuyo resultado se empezó a ver años después.
¿Podría establecerse un comparativo entre las experiencias del terremoto de 1985 en México y Chile?
Compartíamos deficiencias importantes en la instrumentación sísmica. En nuestro caso había muy pocos sismólogos, de hecho, éramos cuatro personas. En el caso de Chile tenían muy pocos sistemas de medición, nada comparable a lo que hoy día es la red sismológica de Chile.
Pero también muchos de los grandes sismólogos chilenos habían dejado el país por la situación política que se vivía. El Doctor Ponce que se había venido a México y Armando Cisternas se fue a Francia… Había muy buenos ingenieros sísmicos, como Chile siempre ha tenido, pero también había una deficiencia de científicos dedicados a la sismología. Esto produjo un retroceso importante.
Y el sismo del 85 de Chile, y luego de México, provocó que varios jóvenes chilenos salieran al extranjero y se prepararan. Algunos vinieron a México, otros fueron a Francia, otros a Estados Unidos. Muchos de la Universidad de Chile, como Diana Conte, Mario Pardo, Sergio Barrientos y Jaime Campos.
Teniendo en cuenta esta historia en común, ¿cuáles serían esos ámbitos en los que debería fortalecerse la colaboración entre México y Chile en materia sismológica?
Creo que ha habido una colaboración estrecha que podría incrementarse. Podemos aprender mucho de uno y del otro. Una de las áreas importantes donde Chile ha tenido gente extraordinaria es la ingeniería sísmica, y en México también hay un grupo importante, de mucho prestigio y muy productivos.
Por último, ¿por qué es importante seguir hablando de desastres como estos, incluso a 40 años de ocurridos?
Porque el ser humano tiene una característica que creo que nos ha ayudado a sobrevivir, que es la catarsis, el olvidar los desastres del pasado para seguir viviendo. Esto es bueno, pero también hay que recordar para prevenir.
Yo lo veo como un ejercicio positivo, decir qué hicimos mal, qué debemos hacer, y promover esta conciencia en la sociedad. Tanto México como Chile somos países con este riesgo sísmico que no se va a ir, porque los sismos nunca los vamos a prevenir. Por eso la gente tiene que estar atenta y responder a los llamados de la protección civil y aprender como sociedad a protegerse de los desastres. Entonces, las conmemoraciones de este tipo de eventos deben ser en ese sentido: ver hacia atrás para saber qué hacer hacia adelante.