Los terremotos no son evitables, pero sí la pérdida de vidas humanas.
La comprensión de los factores que gatillan la ocurrencia súbita de un terremoto son parte de los misterios que los sismólogos siguen tratando de descifrar. Quizás, en un tiempo no muy lejano, se logre señalar con precisión la localización, profundidad, tamaño y cuándo se producirá un sismo.
Pero incluso eliminando este factor sorpresa, tendremos siempre el constante desafío de dotarnos con la capacidad tecnológica adecuada para determinar en tiempo real si el sismo es capaz de producir un tsunami que azote nuestras costas, o un deslizamiento de tierra que genere un tsunami de fiordos, como en Aysén el 2007, o si la liberación de energía sísmica se produce muy cerca de la superficie terrestre y de zonas urbanas, como sería el caso, para Santiago, si se activara la falla San Ramón.
Sin duda alguna Chile es uno de los países más sísmicos del mundo -algunos señalan que somos el “number one”-. Recordar, entonces, este mes de mayo, los 60 años del evento M9.5 de Valdivia, que devastó el centro-sur de nuestro país, nos permite revisar y reflexionar sobre las lecciones aprendidas y las brechas que aún nos quedan por abordar, para que las políticas públicas en estas materias nos brinden los niveles de resiliencia que declaramos buscamos alcanzar.
Reducir el impacto de los terremotos y en general de las geoamenazas presentes en el contexto andino, requiere de la construcción de una Institucionalidad de Conocimiento robusta y sustentada en la participación de todos los actores involucrados. En este sentido, la ONEMI ha logrado los últimos años articular e impulsar la Plataforma Nacional para la Reducción del Riesgo de Desastres en Chile (PNRRD) que, con su rol consultivo en materias de Reducción del Riesgo de Desastres, ha sido un paso importante en esta dirección. Desde el ámbito científico y tecnológico, aunque la ciencia no logra aún predecir los terremotos, ha habido avances significativos tanto en la dimensión reactiva para el manejo de contingencias sísmicas, como en la preventiva para la generación de conocimiento y reducción de la incertidumbre.
Hoy, a diferencia de 1960, contamos con una teoría global de la tectónica de placas que explica los diferentes tipos de terremotos, por qué se localizan sólo en ciertas regiones del planeta, cómo el calor de las entrañas de la Tierra -principalmente radioactivo- mueve sobre su superficie bloques colosales de roca de unos 100 kilómetros de espesor a velocidades de varios centímetros por año moldeando su relieve. O, por qué la Isla Rapa Nui emergió en el medio del Pacífico como el ombligo del mundo. O, por qué nuestros volcanes tienen minerales que enriquecerían el buqué de los vinos chilenos.
Hoy sabemos cómo se prepara un terremoto en el contexto de la subducción andina. La metodología fue desarrollada a mediados de 1990 por un equipo de investigadores franco- chilenos que estudiaron en detalle, con datos satelitales y sismológicos, el terremoto M8.1 de Antofagasta de 1995. Poco después aplicaron ese conocimiento para identificar tempranamente la zona de ocurrencia del terremoto M8.8 del 27/F de Maule el 2010. Ambos resultados dieron la vuelta al mundo y marcaron definitivamente el rol clave del uso de satélites para identificar y caracterizar zonas de amenaza sísmica.
La modernización y operatividad 24H/7 del Centro Sismológico Nacional de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, los avances en investigación y los programas de formación de postgrado de nivel internacional desarrollados los últimos años en el país, destacan a Chile como un nuevo centro de interés mundial para la investigación en sismología. Así como sucedió en astronomía, nuestro país se ha constituido en un laboratorio natural excepcional para el avance del conocimiento en sismología. Adicionalmente, los aprendizajes y logros tecnológicos de la ingeniería antisísmica chilena, que desde hace ya un buen tiempo venían siendo reconocidos internacionalmente por su excelencia y aporte a nivel mundial, son un orgullo para todos y crea condiciones habilitantes y ventajosas de formación e investigación en estas materias en nuestro país que merecen ser conocidas y apoyadas.
Chile es un laboratorio natural para la sismología y es hora de ser un referente mundial en estas materias. Citando a Gabriela Mistral, “Chile sea tal vez la cosa más plural del planeta”, ésa es nuestra oportunidad, nuestro desafío y nuestra esperanza.
Jaime Campos
Profesor Titular
Director del PRS, U. de Chile