Los chilenos solemos bromear con los terremotos. Cuando escuchamos de desastres en otros países preguntamos la magnitud del evento y acto seguido viene lo siguiente: Cualquier cosa menor a 6 no la sentimos, si es 7 esperamos a que pase, y de 8 hacia arriba nos preocupamos.

Patricio Toledo, Investigador
Programa Riesgo Sísmico

Esta tranquilidad y orgullo, mezclado con arrogancia, le deben mucho a las casas y edificios, hay que sacarse el sombrero con los constructores. ¿A qué se debe esto? Un factor es la distancia, buena parte de los terremotos que ocurren en Chile lo hacen cerca de la fosa y lejos del continente, bajo el Pacífico a unos 150 km de la costa. Esos son los terremotos de subducción, ocurren en la interfaz entre las placas, pueden ser enormes, los más grandes del planeta si se quiere.

Pero hay más, tenemos un zoológico de sismos, en la taxonomía de terremotos también están los que ocurren dentro de las placas. Son realmente temibles, no tenemos buenas palabras para nombrarlos, si pasan dentro de la placa continental, aquí donde vivimos, los llamamos intraplate, si pasan dentro de la placa oceánica les llamamos intraslab.

En octubre de 1997 ocurrió uno de estos. Tuvo una magnitud 7.1 en la escala de Richter y aun así dejó a Punitaqui en el suelo. Según la Wikipedia, hubo 8 muertos, 160 heridos y miles sin casa, no hubo tiempo de esperar nada, la broma ya no es tan buena. Una mezcla de construcciones de abobe y malos suelos serían los culpables. El hipocentro no ayuda, 68 kilómetros en línea recta hacia abajo. Comparado con los terremotos en la interfaz es la mitad de la distancia, eso quiere decir, poco espacio para disipar la energía del movimiento fuerte. Las aceleraciones que registramos fueron altas. En la banda que afecta al adobe, fue 20% más intenso que la caída libre, difícil resistir eso.

Hay más, hubo actividad precursora. Tres meses antes, en julio de 1997 en la costa al norte de Punitaqui, justo al borde sur del gran terremoto de 1922, un enjambre que incluye 4 eventos de magnitud 6 y 9 de magnitud 5 se propagó en cascada hacia Punitaqui. En una inquietante coincidencia, esta sismicidad se detuvo muy cerca del futuro epicentro, ahora rodeado por el borde norte del gran terremoto de 1906. Vino una tensa espera, una quiescencia de 6 semanas, un silencio suficiente para creer que todo había pasado, una falsa alarma más.

En la noche del 15 de octubre, a las 22:03 horas, se desató la catástrofe, creemos que una cosa llevó a la otra, que la actividad previa induce la actividad futura, pero no lo podemos descifrar todavía, bien puede ser que los estreses en la placa provocaran una presión a todo lo alto, desde arriba hacia abajo, en un estilo que llamamos slab push en oposición a tensar la placa como en el slab pull.

Independiente del mecanismo, este evento nos plantea un desafío para el que creo no estamos preparados, comparado con los gigantes como el de Valdivia, el del Maule o incluso el terremoto del año 1985, estamos hablando de sismos chicos, y sin embargo muy destructores.

Nos falta por entender, no sabemos describir las probabilidades en estos casos. Seguro hay que poner cuidado en los lugares donde hace mucho que no tiembla, suelen tener construcciones antiguas, se me vienen a la mente las iglesias de 150 años en el norte grande o sitios que por estar lejos de la costa dan la impresión de refugio.

En todos los casos, vamos a seguir estudiando estos eventos, hay mucho por descubrir aún. Mientras tanto, recordar es una buena forma de estar atentos.

Fuente: https://opinion.cooperativa.cl/opinion/ciencia-y-tecnologia/terremoto-del-15-octubre-de-1997-tamano-y-destructividad-no-siempre-van/2024-10-25/111803.html